Anotaciones
en torno a al libro: Memoria y olvido:
Usos públicos del pasado en Colombia, 1930-1960, de Sandra Patricia Rodríguez Ávila editado por
la Universidad del Rosario y la Universidad Nacional de Colombia.
El libro que ahora
tenemos al público, es una invitación a repensar nuestro pasado histórico como colombianos,
nos muestra una muy rigurosa investigación acerca de la construcción de la
memoria oficial del país que hizo la Academia Colombiana de Historia entre 1930
y 1960. El trabajo de Sandra Rodríguez, hecho bajo los parámetros de la
investigación científica adquiere un status que nos acerca a la verdad, no de
la historia realizada por los miembros de la Academia, sino del propósito
adelantado por las élites conservadoras de la primera mitad del siglo XX en
forjar dicha memoria, haciendo un uso público del pasado mediante
conmemoraciones patrióticas, la enseñanza de la historia y la conservación del
patrimonio.
El texto trae dos
aluciones a Eric Hobsbawn pertinentes y lapidarias: la primera dice: “Es
esencial que los historiadores recuerden constantemente esto. Las cosechas que
cultivamos en nuestros campos pueden terminar convertidas en alguna versión del
opio del pueblo” y la segunda sostiene: “… la historia mala no es historia
inofensiva. Es peligrosa. Las frases que se escriben en teclados aparentemente
inocuos pueden ser sentencias de muerte”. El libro de Sandra, refleja con
claridad como la historia nacional elaborada por la Academia llevó a la
realidad, y con lujo de detalles, las sentencias del historiador inglés.
Dicho esto, dos
aspectos surgen luego de la lectura de la sesuda investigación que tenemos
entre manos: el primero, que estamos frente a la revelación de lo que fue la
historia oficial, de carácter confesional católico, orientada hacia el
hispanismo, el culto patriótico y el respeto por las fuerzas armadas y las
elites. Se trata de una concepción pre-científica, guiada por el animismo, una
pseudo-ciencia de la historia nacional, conceptos que no usa Sandra pero que se
llenan de contenido con sus páginas. El segundo aspecto, que proviene del
primero, es que la historia oficial promovida por la ACH, fue y tal vez sigue
siendo, una fábula, no en el sentido de una composición literaria que deja una
enseñanza útil o moral, sino en el sentido de ser, “una ficción artificiosa con
que se encubre una verdad”. Sobre esos temas trata el libro.
En cuatro
capítulos y una introducción, la autora estudia la conformación de la ACH, sus
dinámicas institucionales, las políticas de la memoria, los olvidos y los
revisionismos promovidos (en conmemoraciones, la enseñanza y la conservación
patrimonial), donde se consolidaron marcos, lugares y tradiciones de la
memoria.
El capítulo 1,
estudia la conformación de la Academia, por hombres de la elite política
conservadora, aficionados a la historia, o a lo que ellos creían era o debía
ser la historia; fue una institución que contó hasta 1958 con los recursos del
Estado, lo que le permitió mantener una publicación periódica, el Boletín de
Historia y Antigüedades; desarrolló un trabajo de transferencia hacia las
academias regionales; y, se constituyó en el ente emisor y legítimo de la
memoria oficial de la República de Colombia en el periodo señalado.
El capítulo 2, con
base en el concepto de tradición inventada, desarrolla la práctica de los
festejos patrios y a la vez religiosos, con la misión de recordar fechas
estelares y con ello inculcar valores y normas por medio de la repetición. El capítulo
3, estudia la misión desarrollada por la academia de conservar el patrimonio
histórico y cultural (archivos, monumentos, iconografía patriótica, y la
galería de historiadores, donde por supuesto, los propios miembros de la
academia se otorgan su lugar). Aquí se van marcando las pautas de lo que hemos
llamado la cultura pre-científica.
Los eventos
conmemorativos, colocaron a la iglesia en el centro de los acontecimientos, la
cruz es la alegoría de la libertad y los próceres son los mártires que
sacrificaron, como cristo, su vida por nosotros, no importan sus fallos, sus
ideas, sus cambios abruptos, lo que interesa es mantenerlos en la santidad. Por
ejemplo, Bolívar como Moisés fue un destello viviente del poder divino. Con
este discurso, la iglesia contribuía a la defensa de su posición política como
institución eclesiástica en contra de las reformas liberales. El soldado, el
párroco o el misionero son objeto de monumentos para su recordación, en un acto
de gratitud para con ellos. No faltó incluso, la idea que la iglesia era la
fuente de la civilización.
El capítulo 4,
trata de la forma como la Academia fue la fuente de la enseñanza de la historia
como historia patria por varias generaciones. Bajo la categoría de análisis de
la memoria ejercida de Paul Ricoeur, Sandra aborda los usos públicos del pasado,
la operación cognitiva de la rememoración de un acontecimiento que tuvo lugar y
la memorización del aprendizaje de saberes y destrezas que se constituyen en
hábitos. Así la propuesta de la enseñanza de la historia por parte de la
Academia se hizo bajo cuatro claves: lo que se debe saber, lo que se debe
enseñar, lo que se debe recordar y, tal vez, lo más importante y relevante, lo
que se debe olvidar.
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