domingo, 21 de septiembre de 2014

Economistas, élites técnicas y poder político


Juan Carlos Villamizar[1]
Las ideas económicas en el continente latinoamericano, han sido una fuente importante de inspiración para las clases dirigentes de los países al momento de establecer proyectos políticos y determinar la estructura de dominación en el sentido deseado por ellos. Desde el siglo XIX y comienzos del XX dada su condición de economías agro-exportadoras, se estableció en la región latinoamericana un modelo primario exportador fundamentado en la teoría de la ventaja comparativa. Luego, con la crisis económica de los años treinta lentamente se asumió un modelo de sustitución de importaciones que fue acompañado de la conformación de una estructura política e institucional, en la cual, el Estado fue el garante y el ordenador de las economías. A partir de la crisis del petróleo en 1974 y el incremento en los niveles de precios y desempleo mundiales, comenzó una nueva etapa de liberalismo económico, que inició con los procesos de desgravación arancelaria, reestructuración de la deuda externa de los países, cambios en las estructuras estatales, en el sentido inverso del período anterior, para finalmente, ingresar en el periodo de la globalización actualmente en curso.


En todo ese proceso, las ideas económicas fueron tomando cada vez más fuerza como objeto de discusión, sin dejar lo político ni reemplazarlo, por el contrario se generó una fusión entre lo económico y lo político: la independencia política en el siglo XIX, la constitución de Estados independientes, la conformación de regímenes presidencialistas (y por períodos autoritarios), son temas que han sido parte de la agenda de discusión en las sociedades latinoamericanas. Paralelamente a esos procesos, se ha ido tejiendo una red de ideas económicas que llegaron a ser la fuente de las principales interpretaciones a medida que el siglo XX fue avanzando, así durante la década de los años ochenta con la crisis de la deuda latinoamericana se fue abriendo paso una elite nueva, que ingresó en el escenario político y se tomó el poder directa o indirectamente, la elite tecnocrática de los economistas.
Impregnados de un aura cuyo fundamento es una disciplina que se caracteriza por ser la más dura de las ciencias entre las ciencias sociales[2], los economistas han ascendido a las más altas posiciones de la política, tales como Ministerios de Hacienda, asesores de Presidentes o de organismos multilaterales de crédito (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo), e incluso, algunos han llegado a ser Presidentes en la región latinoamericana. Ese ascenso se ha justificado en gran medida por la forma en que se ha dado inserción de América Latina en la economía mundial y por un patrón cultural que valora ese tipo de conocimiento en los últimos treinta años, desplazando a los abogados que tradicionalmente habían jugado el papel de políticos o asesores de políticos en el siglo XX. Esta importancia de los economistas ha generado una expansión de este tipo de profesional en el campo de la disciplina económica[3].
A diferencia de otros intelectuales, los economistas han tenido la pretensión de ser los ingenieros del poder, a través de la planeación, el presupuesto y el diseño de políticas fiscales y macroeconómicas. El economista se siente poseedor de un saber especializado y legitimado, indispensable a los políticos, a los grupos de poder económico, a la formación de leyes en el Congreso y gracias a su saber experto está exento de responsabilidad política. El economista de fines del siglo XX es el heredero de la figura del hacendista borbónico del siglo XVII, de los ingenieros y funcionarios abogados de la primera mitad del siglo XX.[4]
Es un fenómeno que se generalizó en América Latina. En países como Colombia se ha convertido en un método de las elites para reproducirse mediante la acumulación de capital educativo. Adicionalmente, se ha generado una comunidad de intereses entre los grupos locales y los intereses y perspectivas de los actores internacionales que conduce a los primeros a apoyar las coaliciones y las políticas que proponen los segundos.[5] Esos grupos son empresarios, tecnócratas, militares y sectores de clase media y alta que a través del consumo y el estilo de vida mantienen redes de intereses con sus contrapartes en el exterior. En el caso de los tecnócratas de alto nivel, el conocimiento que adquieren se relaciona no sólo con el estilo de vida en el exterior sino con un conocimiento específico, relevante a su profesión, en el marco de los paradigmas aceptados en los países industrializados.
En el caso chileno es bien conocido el efecto producido en la economía de ese país la presencia de la Escuela de Chicago en el período de la dictadura; así mismo en Argentina, los economistas fueron ascendiendo hasta acceder a las más altas posiciones del poder. Algunos estudios enfatizan en el efecto práctico y simbólico que este grupo produce en el diseño de políticas y en la renovación de las prácticas políticas de los partidos políticos con miras a la constitución de una sociedad de mercado.[6] En México uno de los países de mayor nacionalismo en la región, también cambió sus políticas hacia una mayor liberalización y apertura después de la crisis de la deuda, empujado por las nuevas concepciones de los economistas que formaron el cuerpo de asesores de los gobiernos de la época.[7]
Ya desde finales de los ochenta se comenzó a evaluar el papel de los economistas que se formaban en los Estados Unidos y se concluyó que los estudiantes inician sus estudios en economía porque quieren hacer política y no economía, o, que el conocimiento de tales estudiantes por la literatura económica es poco y el interés por la misma es mínimo debido a que no se considera importante.[8] Una década más tarde, en 2001, el Gobierno francés encargó un estudio sobre la enseñanza de la economía en ese país, motivado por una carta abierta de los estudiantes en que manifestaban el descontento con la enseñanza recibida[9]. El informe concluía haciendo un cuestionamiento a los postulados y métodos empleados por la teoría neoclásica. Una de las críticas posteriores provino del seno mismo de la disciplina, del economista Joseph Stiglitz (2001, 2010), antiguo economista jefe del Banco Mundial y asesor económico de Bill Clinton; para él, el mal manejo de la crisis de 1998 fue responsabilidad del BM y del FMI, crítica que luego reafirmaría en 2010 ante la crisis de 2008.
Lo que está detrás de todo este proceso es la búsqueda permanente en el mundo occidental por racionalizar la actividad de los Estados. Es lo que Norbert Elias llama el proceso de civilización. En esa búsqueda el desarrollo de las técnicas de administración de lo público se ha vuelto cada vez más especializado. Ahí es donde ingresa la economía, un espacio que no resuelve el saber del derecho, de la contaduría o la administración. Sobre todo en los países del Tercer Mundo se dio un proceso acelerado de igualación con el primer mundo del saber económico. Paso de ser una necesidad práctica con el fin de administrar paquetes de deuda externa multilateral a ser una forma de actuación de las elites en el poder. Es este último aspecto el que podría ser cuestionado, por convertirse en un instrumento del poder que limita el acceso de las clases populares al debate público y cierra las discusiones sobre planeación, política económica, desarrollo, y demás a un pequeño grupo selecto de especialistas.
Hay que diferenciar, sin embargo, el uso del instrumental económico para ejercer el poder de manera desmedida y excluyente, de la presencia de ideas económicas en un país o región. En la literatura sobre las ideas económicas en América Latina, es posible observar la presencia de todas las corrientes del pensamiento económico: clásicos, neoclásicos, keynesianos, marxistas, dependentistas, cepalinos, de la Escuela Histórica Alemana.
Pero tal vez, las que más incidencia han tenido en el plano de las recomendaciones de política económica en los países son el Keynesianismo del segundo cuarto del siglo XX, el cepalismo entre 1950 y 1974 y luego la teoría neoclásica. El primero, se ocupó del fortalecimiento del papel del Estado en la Economía, como agente propulsor del crecimiento de las economías, y era un saber que se podía combinar con otras disciplinas, en la acción estatal, como fue el caso de los Estados Unidos, primero en las políticas del New Deal para salir de la crisis de los años treinta[10] y luego en la Segunda Guerra Mundial en que la economía como otras ciencias sociales y exactas fueron puestas al servicio del conflicto bélico.[11] La segunda comunidad epistémica de mayor trascendencia en América Latina fue el cepalismo de la Comisión Económica para América Latina, que por cerca de veinticinco años (1950-1974), estuvo a la vanguardia de las recomendaciones sobre los aspectos de planeación, diseño de políticas, realización de diagnósticos sobre las economías y en general la promoción del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones.[12]  Con la crisis de la deuda en los años ochenta, el proyecto cepalino entró en crisis y tomo su lugar el neoliberalismo por los siguientes treinta y cuatro años (1980-2013), con políticas de ajuste de las economías, que han terminado por afectar a las poblaciones de los países en su modo de vida, los índices de calidad de vida y de distribución del ingreso, haciendo de América Latina una de las regiones más desiguales del mundo en términos económicos.

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[1] Doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Economista de la misma universidad, Administrador Público de la Escuela Superior de Administración Pública. Ha sido docente de la Universidad de los Andes y actualmente de la Universidad Nacional de Colombia.
[2] Este hecho es reconocido no sólo entre los economistas sino por importantes científicos sociales como Giovanni Sartori quien sostiene: “... la economía, una ciencia social que ha conseguido un nivel satisfactorio de cientificidad, [porque] ha sistematizado el lenguaje ... ha constituido un lenguaje especial. El economista no vuelve a discutir cada vez la definición de valor, costo, precio, mercado, es decir de sus conceptos fundamentales. Además, el economista no cambia de lógica, no salta de la lógica de la identidad y de la no contradicción a la lógica dialéctica; sus estipulaciones de sintaxis lógicas son firmes y precisas y son las de la lógica formal y sus desarrollos matemáticos”. (Sartori, 1979: 61).
[3] Uso la noción de campo como aquella, en la cual, se genera un espacio de posiciones con atributos y atribuciones. Allí se conforma un grupo de individuos que adquieren un capital cultural, proveniente del sistema de enseñanza y, que luego, se reproduce en estructuras de poder al interior de la disciplina, ya sea dentro de las universidades o, como en este caso de la economía, en el aparato estatal mismo. La fuente de este concepto se puede examinar en Pierre Bourdieau (1984).
[4] Marco Palacios (2005), Bejarano (2002).
[5] Barbara Stallings (1992)
[6] Veronica Montecinos (1993).
[7] En la literatura sobre la presencia de los economistas en el poder en América Latina están: México (Babb, 2003)  Chile (Montecinos 1993, 1997), Argentina (Markoff y Montecinos 1994), Perú (Conaghan, 1998), en Colombia Palacios (2001). En el nivel de la asesoría económica desde las Naciones Unidas se puede ver: Toye y Toye (2003, 2004)
[8] David Colander y Arjo Klamer (1987); COGEE (1991)
[9] Le mouvement des étudiants pour la réforme de l’enseignement de l’économie (2000). Pour une réforme en profondeur des enseignements d’économie. Francia. http//mouv.eco.free.fr
[10] Robert Sandinals (1993).
[11] Michael Latham (2000), Nils Gilman (2003).
[12] Entre los principales estudiosos de esta corriente se encuentran: Joseph Love (1990, 1996ª, 1996b, 2004, 2005, 2005ª); Carlos Mallorquin (1998, 1999, 1999ª, 2007); Juan Carlos Villamizar (2013).

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