Las ideas
económicas en el continente latinoamericano, han sido una fuente importante de
inspiración para las clases dirigentes de los países al momento de establecer
proyectos políticos y determinar la estructura de dominación en el sentido
deseado por ellos. Desde el siglo XIX y comienzos del XX dada su condición de
economías agro-exportadoras, se estableció en la región latinoamericana un
modelo primario exportador fundamentado en la teoría de la ventaja comparativa.
Luego, con la crisis económica de los años treinta lentamente se asumió un
modelo de sustitución de importaciones que fue acompañado de la conformación de
una estructura política e institucional, en la cual, el Estado fue el garante y
el ordenador de las economías. A partir de la crisis del petróleo en 1974 y el
incremento en los niveles de precios y desempleo mundiales, comenzó una nueva
etapa de liberalismo económico, que inició con los procesos de desgravación
arancelaria, reestructuración de la deuda externa de los países, cambios en las
estructuras estatales, en el sentido inverso del período anterior, para
finalmente, ingresar en el periodo de la globalización actualmente en curso.
En todo ese proceso, las ideas económicas fueron tomando cada vez
más fuerza como objeto de discusión, sin dejar lo político ni reemplazarlo, por
el contrario se generó una fusión entre lo económico y lo político: la
independencia política en el siglo XIX, la constitución de Estados
independientes, la conformación de regímenes presidencialistas (y por períodos
autoritarios), son temas que han sido parte de la agenda de discusión en las
sociedades latinoamericanas. Paralelamente a esos procesos, se ha ido tejiendo
una red de ideas económicas que llegaron a ser la fuente de las principales
interpretaciones a medida que el siglo XX fue avanzando, así durante la década
de los años ochenta con la crisis de la deuda latinoamericana se fue abriendo
paso una elite nueva, que ingresó en el escenario político y se tomó el poder
directa o indirectamente, la elite tecnocrática de los economistas.
Impregnados de un aura cuyo fundamento es una disciplina que se
caracteriza por ser la más dura de las ciencias entre las ciencias sociales[2], los economistas han ascendido a las más altas posiciones de la
política, tales como Ministerios de Hacienda, asesores de Presidentes o de
organismos multilaterales de crédito (Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional, Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo), e
incluso, algunos han llegado a ser Presidentes en la región latinoamericana.
Ese ascenso se ha justificado en gran medida por la forma en que se ha dado
inserción de América Latina en la economía mundial y por un patrón cultural que
valora ese tipo de conocimiento en los últimos treinta años, desplazando a los
abogados que tradicionalmente habían jugado el papel de políticos o asesores de
políticos en el siglo XX. Esta importancia de los economistas ha generado una
expansión de este tipo de profesional en el campo de la disciplina económica[3].
A
diferencia de otros intelectuales, los economistas han tenido la pretensión de
ser los ingenieros del poder, a través de la
planeación, el presupuesto y el diseño de políticas fiscales y macroeconómicas.
El economista se siente poseedor de un saber especializado y legitimado,
indispensable a los políticos, a los grupos de poder económico, a la formación
de leyes en el Congreso y gracias a su saber experto está exento de
responsabilidad política. El economista de fines del siglo XX es el heredero de
la figura del hacendista borbónico del siglo XVII, de los ingenieros y
funcionarios abogados de la primera mitad del siglo XX.[4]
Es un fenómeno que se generalizó en América Latina. En países como
Colombia se ha convertido en un método de las elites para reproducirse mediante
la acumulación de capital educativo. Adicionalmente, se ha generado una
comunidad de intereses entre los grupos locales y los intereses y perspectivas
de los actores internacionales que conduce a los primeros a apoyar las
coaliciones y las políticas que proponen los segundos.[5] Esos grupos son empresarios, tecnócratas, militares y sectores de
clase media y alta que a través del consumo y el estilo de vida mantienen redes
de intereses con sus contrapartes en el exterior. En el caso de los tecnócratas
de alto nivel, el conocimiento que adquieren se relaciona no sólo con el estilo
de vida en el exterior sino con un conocimiento específico, relevante a su
profesión, en el marco de los paradigmas aceptados en los países
industrializados.
En el caso chileno es bien conocido el efecto producido en la
economía de ese país la presencia de la Escuela de Chicago en el período de la
dictadura; así mismo en Argentina, los economistas fueron ascendiendo hasta
acceder a las más altas posiciones del poder. Algunos estudios enfatizan en el
efecto práctico y simbólico que este grupo produce en el diseño de políticas y
en la renovación de las prácticas políticas de los partidos políticos con miras
a la constitución de una sociedad de mercado.[6] En México uno de los países de mayor nacionalismo en la región,
también cambió sus políticas hacia una mayor liberalización y apertura después
de la crisis de la deuda, empujado por las nuevas concepciones de los
economistas que formaron el cuerpo de asesores de los gobiernos de la época.[7]
Ya desde finales de los ochenta se comenzó a evaluar el papel de
los economistas que se formaban en los Estados Unidos y se concluyó que los
estudiantes inician sus estudios en economía porque quieren hacer política y no
economía, o, que el conocimiento de tales estudiantes por la literatura
económica es poco y el interés por la misma es mínimo debido a que no se
considera importante.[8] Una década más tarde, en
2001, el Gobierno francés encargó un estudio sobre la enseñanza de la economía
en ese país, motivado por una carta abierta de los estudiantes en que
manifestaban el descontento con la enseñanza recibida[9]. El informe concluía haciendo un
cuestionamiento a los postulados y métodos empleados por la teoría neoclásica.
Una de las críticas posteriores provino del seno mismo de la disciplina, del
economista Joseph Stiglitz (2001, 2010), antiguo economista jefe del Banco
Mundial y asesor económico de Bill Clinton; para él, el mal manejo de la crisis
de 1998 fue responsabilidad del BM y del FMI, crítica que luego reafirmaría en
2010 ante la crisis de 2008.
Lo que está detrás de todo este proceso es
la búsqueda permanente en el mundo occidental por racionalizar la actividad de
los Estados. Es lo que Norbert Elias llama el proceso de civilización. En esa
búsqueda el desarrollo de las técnicas de administración de lo público se ha
vuelto cada vez más especializado. Ahí es donde ingresa la economía, un espacio
que no resuelve el saber del derecho, de la contaduría o la administración.
Sobre todo en los países del Tercer Mundo se dio un proceso acelerado de
igualación con el primer mundo del saber económico. Paso de ser una necesidad
práctica con el fin de administrar paquetes de deuda externa multilateral a ser
una forma de actuación de las elites en el poder. Es este último aspecto el que
podría ser cuestionado, por convertirse en un instrumento del poder que limita
el acceso de las clases populares al debate público y cierra las discusiones
sobre planeación, política económica, desarrollo, y demás a un pequeño grupo
selecto de especialistas.
Hay que diferenciar, sin embargo, el uso del
instrumental económico para ejercer el poder de manera desmedida y excluyente,
de la presencia de ideas económicas en un país o región. En la literatura sobre
las ideas económicas en América Latina, es posible observar la presencia de
todas las corrientes del pensamiento económico: clásicos, neoclásicos,
keynesianos, marxistas, dependentistas, cepalinos, de la Escuela Histórica
Alemana.
Pero tal vez, las que más incidencia han
tenido en el plano de las recomendaciones de política económica en los países
son el Keynesianismo del segundo cuarto del siglo XX, el cepalismo entre 1950 y
1974 y luego la teoría neoclásica. El primero, se ocupó del fortalecimiento del
papel del Estado en la Economía, como agente propulsor del crecimiento de las
economías, y era un saber que se podía combinar con otras disciplinas, en la
acción estatal, como fue el caso de los Estados Unidos, primero en las
políticas del New Deal para salir de la crisis de los años treinta[10] y luego en la Segunda Guerra Mundial en que
la economía como otras ciencias sociales y exactas fueron puestas al servicio
del conflicto bélico.[11] La segunda comunidad epistémica de mayor
trascendencia en América Latina fue el cepalismo de la Comisión Económica para
América Latina, que por cerca de veinticinco años (1950-1974), estuvo a la
vanguardia de las recomendaciones sobre los aspectos de planeación, diseño de
políticas, realización de diagnósticos sobre las economías y en general la
promoción del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones.[12] Con
la crisis de la deuda en los años ochenta, el proyecto cepalino entró en crisis
y tomo su lugar el neoliberalismo por los siguientes treinta y cuatro años
(1980-2013), con políticas de ajuste de las economías, que han terminado por
afectar a las poblaciones de los países en su modo de vida, los índices de
calidad de vida y de distribución del ingreso, haciendo de América Latina una
de las regiones más desiguales del mundo en términos económicos.
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[1]
Doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Economista de la
misma universidad, Administrador Público de la Escuela Superior de
Administración Pública. Ha sido docente de la Universidad de los Andes y
actualmente de la Universidad Nacional de Colombia.
[2] Este
hecho es reconocido no sólo entre los economistas sino por importantes
científicos sociales como Giovanni Sartori quien sostiene: “... la economía,
una ciencia social que ha conseguido un nivel satisfactorio de cientificidad,
[porque] ha sistematizado el lenguaje ... ha constituido un lenguaje especial.
El economista no vuelve a discutir cada vez la definición de valor, costo,
precio, mercado, es decir de sus conceptos fundamentales. Además, el economista
no cambia de lógica, no salta de la lógica de la identidad y de la no
contradicción a la lógica dialéctica; sus estipulaciones de sintaxis lógicas
son firmes y precisas y son las de la lógica formal y sus desarrollos
matemáticos”. (Sartori, 1979: 61).
[3] Uso
la noción de campo como aquella, en la cual, se genera un espacio de posiciones
con atributos y atribuciones. Allí se conforma un grupo de individuos que
adquieren un capital cultural, proveniente del sistema de enseñanza y, que
luego, se reproduce en estructuras de poder al interior de la disciplina, ya
sea dentro de las universidades o, como en este caso de la economía, en el
aparato estatal mismo. La fuente de este concepto se puede examinar en Pierre
Bourdieau (1984).
[4] Marco Palacios (2005), Bejarano (2002).
[5] Barbara
Stallings (1992)
[6] Veronica Montecinos
(1993).
[7] En la literatura sobre la presencia de los economistas en
el poder en América Latina están: México (Babb, 2003) Chile (Montecinos 1993, 1997), Argentina
(Markoff y Montecinos 1994), Perú (Conaghan, 1998), en Colombia Palacios
(2001). En el nivel de la asesoría económica desde las Naciones Unidas se puede
ver: Toye y Toye (2003, 2004)
[8] David Colander y Arjo Klamer (1987); COGEE (1991)
[9] Le mouvement des étudiants pour la
réforme de l’enseignement de l’économie (2000). Pour une réforme en
profondeur des enseignements d’économie. Francia. http//mouv.eco.free.fr
[12]
Entre los principales estudiosos de esta corriente se encuentran: Joseph Love (1990, 1996ª, 1996b, 2004, 2005,
2005ª); Carlos Mallorquin (1998, 1999, 1999ª, 2007); Juan Carlos Villamizar (2013).
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